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11.8.09

reseña de Jorge Ortega en *Quimera*


Gramáticas futuribles

César Vallejo torció el cuello al cisne del neoclasicismo modernista. Su instrumento, Trilce, de 1922, pronto devino un modelo de transgresión innovadora y un parámetro de la conciencia crítica del lenguaje como imperativo ético. Desde entonces sus más fieles epígonos saben, a la luz de lo anterior, que todo viso de sacralidad hacia el maestro queda como quien dice prohibido. El peruano no admite imitadores sino, en todo caso, autores dispuestos a extremar su respectivo proceso de búsqueda sin replicar las reformas del prójimo.

Así lo entendieron y lo han comprendido, en el ámbito ibérico contemporáneo, figuras como Francisco Pino, Joan Brossa, Carlos Edmundo de Ory y en tiempos relativamente recientes José Miguel Ullán, Olvido García Valdés, Juan Carlos Suñén y Jorge Riechmann, entre otros. Entre los nombres de las últimas generaciones hay que sumar a esta familia de prevaricadores de la forma poética o el decir lírico habitual el del asturiano Marcos Canteli (Bimenes, 1974), quien desde su primera entrega antepuso una poesía de novedosos y llamativos modales sin grandes referentes en el contexto peninsular o en el marco de su promoción. Se trataba de una labor de inéditos matices y más cercana al vanguardismo radical de los Estados Unidos y América Latina, considerando a los poetas concretos del Brasil.

Para Canteli el verso ha dejado de ser la unidad rítmica del poema o el rasgo esencial que lo define. A juzgar por el aspecto visual de sus textos, el poema es para él, grosso modo, un ejercicio de escritura continua, sin deparar si se acude al verso o a la prosa. Aunque ésta segunda es la hechura que adopta regularmente Catálogo de incesantes, existen pasajes breves en los que la distribución versal reaparece y siembra el desconcierto como sugestivo paréntesis en el caudal de una andadura prosística que limita con el monólogo interior del nouveau roman y con el automatismo psíquico del surrealismo en su afán por fatigar la maleabilidad del lenguaje en tanto que medio de registro y vehículo de exploración de la realidad subjetiva.

Eduardo Milán ha dicho que una de las cualidades de la vanguardia ha sido la fragmentariedad. En Canteli esta condición se traduce no a través de un orden serial o de la relación sintagmática entre títulos de textos consecutivos, sino mediante una sintaxis entrecortada por una locución elíptica que semeja intentar reproducir la vertiginosidad con la que la percepción y el pensamiento asumen tanto la inmediatez física y sensorial como la perspectiva intelectual y la memoria asociativa. Por si hubiera duda de esta aplicación fractal, el autor utiliza sistemáticamente a lo largo del poemario la simbología de una tesela, vocablo que en plural da rótulo al primer apartado.

La apoyatura de Marcos Canteli en recursos gráficos y tipográficos no alfabéticos —iconos, paréntesis, cursivas—, aunada a su tendencia a descentrar la disposición tradicional del texto poético, aislando líneas, párrafos o estrofas, nos habla de un poeta de talante experimental que sin abandonar la palabra o renunciar a ella no oculta su noción práctica de que cualquier tentativa de renovación o ruptura, o voluntad de exhibir una personalidad literaria, debe ir acompañada de un serio replanteamiento de la forma textual que derive en la singularidad de un estilo consecuente con sus propios elementos distintivos. En este sentido, Catálogo de incesantes puede concebirse, a pesar de sus divisiones, como una sola y vasta composición donde el principio de autonomía de cada poema es relativo en virtud de la regularidad de sus rasgos formales. Un ejemplo nimio: ningún texto comienza con mayúscula ni acaba en punto ortográfico.

Se antoja incardinar la propuesta de Marcos Canteli en un género interdisciplinar en el que la poesía, al esgrimir ingredientes e intenciones de marcado carácter plástico para nominar la visión panóptica del yo poético, se escinde al potencial metafórico de otros dominios del arte, estableciendo un puente con los elementos y soportes de otras especialidades que, por lo demás, vienen a nutrir la imaginería del autor con un campo léxico variopinto salpicado de cultismos y tecnicismos. Canteli desmonta el concepto canónico de poesía en aras de una enunciación descoyuntada que convoca a un tiempo los ritmos de la existencia vital y la ocasión de oxigenar la expectativa de todo poema con miras a su renovación.

JORGE ORTEGA

[Revista Quimera, número 308/309, julio de 2009.]

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