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24.5.09

reseña de Rubén Martín en patadegallo.com


Al tomar como inspiración las dudosas teorías d
e Fenollosa acerca de los ideogramas chinos, Ezra Pound alcanzó una de las técnicas más fecundas de la poesía del siglo XX: la yuxtaposición de imágenes que configuran una nueva unidad intelectiva y sensorial, a través de asociaciones imprevistas pero meticulosamente calculadas. No fue el primero en emplear este método asimilable al del collage, pero sí quien supo darle una profundidad alejada del experimentalismo naïf de la primera vanguardia: tras su estela seguirían T. S. Eliot, Charles Wright, Hilda Doolitle y, en nuestra lengua, autores tan dispares como Gilberto Owen, el primer Leopoldo María Panero, Rodolfo Hinostroza u Olvido García Valdés.

El asturiano Marcos Canteli, en su catálogo de incesantes, también ha conseguido apropiarse de esta técnica de modo indudablemente nuevo y personal. Su fuente de inspiración se halla más cerca de Japón (
títulos como “ikebanas”, palabras como “saba”, alusiones a maestros como Aitken o Buson), con una búsqueda de la inmediatez vital parangonable a la del haiku, aunque con métodos bien distintos. Del lenguaje convulso, electrizante, de su anterior libro su sombrío (DVD, 2005), este catálogo retoma y expande de manera casi viral dos características: un arduo trabajo sobre el lenguaje, que implica retorcerlo, comprimirlo, para hallar nuevas vías de aprehensión –y aprensión– de las palabras, y la manipulación e incorporación de textos ajenos, que en este caso se enraízan hasta formar parte indiscernible de la fibra del nuevo poema.
Así, entre sus páginas encontraremos imágenes y palabras de poetas como Eduardo Milán, José Kozer, Lezama Lima o Robert Desnos, pensadores como Benjamin o Wittgenstein,
cineastas como Víctor Erice o Andrei Tarkovski, cuyas películas sirven de correlato a cuatro de los poemas. Aunque quizá la conexión más relevante, a la hora de asimilar la estética de catálogo de incesantes, sea la presencia de Joseph Cornell. Al igual que las cajas del artista americano combinaban elementos dispares, yuxtaponiendo una serie de reliquias cuyo poder no es metafórico sino metonímico (cada una de ellas funciona como un misterioso souvenir de vivencias desconocidas, pecios de naufragios imposibles), el material poético de Canteli se dispone en teselas, reductos de lenguaje donde cada frase o cada sintagma puede alcanzar la complejidad de un texto completo, pero formando mosaicos “con todo lo que quepa en una caja de cerillas”, como se dice en el poema titulado “Sin reprimir el rostro”, que no en vano acaba con una inquietante admonición que bien podría considerarse una poética: “escribiremos en celdas pero nunca solos”.
Lo que estas “teselas”, “mallas” o “claustros” t
ratan en vano de organizar (pues hay un conflicto entre “necesidad” y “azar”, “organismo” y “mejunje”: véase el poema “Núcleos de resistencia”) son “vetas / de mi médula en traducción”, “síntesis de materia oscura en vísceras”, la escritura como “hemorragia de luz” que genera en su flujo imágenes intensas, alusivas y elusivas, que en ocasiones logran el grado de sinestesia múltiple, uniendo percepciones táctiles, visuales, olfativas y de sabor en una sola frase (“manos de limón siendo desnudos garfios”). Compactas “olas de imágenes” que resumen un “estar en traducción” de estados anímicos y sensaciones físicas, con un lenguaje densamente corpóreo, “pensamiento con púas de cosas sensibles”, donde lo exterior se hace interior filtrado por la numerosa presencia de los órganos. Médula, hueso, párpado, pulmón, garganta, venas, lengua, músculo, pero ante todo el ojo, cuyo “mirar candente” adquiere las más imprevisibles mutaciones: “contra del ojo”, “córnea cámara”, “ojos ojivales”, “mineral mirada”, un “ser párpado” donde “sólo la córnea relaja del ojo” e incluso el globo ocular se imagina seccionado en finas láminas, en una secuencia que en manos de un poeta menos hábil podría resultar ridícula, pero que Canteli consigue enhebrar de modo sorprendente: “peladura de ojos, en tajadas (carpaccio) casi transparentes, tendones de pez, liquidez, fibra”.

Una vez más Marcos Canteli ha conseguid
o un poemario denso y magnético que puede intimidar –y esto no es necesariamente malo- a aquellos lectores que prefieren la seguridad de los caminos previsibles, pero que atraerá sin duda a quienes buscan nuevas vías para habitar el lenguaje, pistas para establecer un nexo de unión diferente entre la palabra, la memoria y la experiencia del cuerpo. Al juicio de quien esto escribe, catálogo de incesantes es uno de los mejores libros editados en el poéticamente afortunado año 2008, y la confirmación de que la poesía española más interesante se está escribiendo en los verdaderos márgenes, lejos del oropel de las consagraciones oficiales.


Rubén Martín

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